Sobre una leyenda del Antiguo Egipto

Pedro Plasencia

Cuando la mujer de Anup contemplaba a través de la ventana el torso desnudo de su cuñado Bata acarreando sacos de pienso, dejaba lo que estuviera haciendo y se acariciaba. Los dos hermanos y la mujer del primogénito convivían en la soledad del campo dedicados al cultivo de trigo y a la cría de bueyes. Anup se ocupaba de la administración, y Bata, a cambio del sustento, cuidaba de las reses, las alimentaba, las aseaba, y dormía con ellas en el establo. Un día en el que Anup se ausentó para comprar semillas en la ciudad, la mujer pidió a Bata que la acompañara al granero a fin de ayudarla en cierto menester. Una allí, excitada por el olor de la paja y el de estiércol de vaca que desprendía Bata, se desnudó y ofreció su cuerpo al joven. Bata, en quien no cabía la idea de ofender a su hermano, rechazó la proposición y corrió al establo a masturbarse. La mujer decidió entonces vengarse del desprecio que su cuñado le había hecho, laceró su vagina con un palo, y, al regresar Anup, acusó a Bata de haberla violado, exigiendo la muerte de este como expiación. El vaquero huyó por los campos, pero Anup acabó por alcanzarlo. Quiso entonces Bata, en el trance en que su hermano se disponía a matarlo, explicar lo realmente sucedido, y, como prueba de que decía verdad, se amputó el miembro viril con una caña cortante. Ante tal demostración de sinceridad, Anup creyó a Bata, dio muerte a la farsante y consiguió de los dioses que crearan una bella mujer que sirviera a Bata de compañía, y que a este le otorgaron un nuevo pene. Fin de la primera parte.

En la segunda parte de la narración conocemos que Faraón, enterado de la extraordinaria belleza de la criatura que los dioses habían proporcionado a Bata, sintió deseos de poseerla, lo que por medio de regalos no tardó en conseguir. La hizo su favorita y entre ambos, mediando magia y engaños, dieron muerte a Bata. Pero he aquí que Anup, igualmente versado en las artes de la magia, obró la reencarnación de su hermano en un magnífico toro que ofreció a Faraón como presente. Algo debió de barruntarse sin embargo la fémina, al observar las lascivas miradas que el toro le lanzaba de soslayo cuando se desvestía para bañarse en el Nilo. Comunicó a Faraón sus sospechas, y este mandó sacrificar al animal. Dos gotas vertidas de la sangre del toro Bata hicieron brotar sendos árboles en el jardín de Palacio. Al verlos crecer con insólita vivacidad, la favorita del rey tuvo el pálpito de que Bata podría disfrazarse de nuevo en su desesperado afán por sobrevivir, transmigrado esta vez a uno de aquellos árboles. Y no se equivocaba. Mandó la mujer que los cortaran y que de la madera se hicieran muebles domésticos. Cuando el ebanista trabajaba la madera, una pequeña astilla saltó y se introdujo por azar en la boca de la concubina de Faraón, que de inmediato quedó embarazada. A los nueve meses, la favorita, que en esta ocasión no se había percatado del poder seminal del toro, dio a luz al hermoso niño en el que el vaquero se reencarnó. Durante la crianza, Bata se cuidó mucho de revelar su verdadera identidad, pero al morir Faraón, y heredar el reino, hizo ajusticiar a la pérfida criatura de los dioses, que primero había sido su compañera en el tálamo y luego su madre en la cuna.

Dos conclusiones extraemos de esta leyenda etiológica del Antiguo Egipto: la fuerza del poder genésico del toro y la atracción que este animal puede ejercer sobre la mujer (véase Pasifae). De modo que el toro Bata no solo fue sujeto, sino también objeto de concupiscencia.