Miguel Ángel Mendo
Cuando fui a llevarle el biberón me ofreció un
cigarrillo. “En este cuarto no se puede fumar”, dije.
Y se puso a llorar de nuevo.
* * *
Estaba muy enfadada porque nadie se había
percatado de que el ataúd era demasiado pequeño
para ella.
* * *
Me gritó, pero cuando me volví a mirarle ya era
demasiado tarde. Se había transformado en otra
persona.
* * *
Le disparé al corazón. Antes de exhalar su último
aliento me pidió un favor y me hizo jurar que lo llevaría
a cabo. Juré, pero no pude cumplirlo: quería venganza.
* * *
–¡Fuera de aquí!– grité aterrorizado ante la idea de
que no hubiera nadie.