Manuel Janeiro
Foz: palabra no recogida en el DRAE, pero sí en el María Moliner, aunque con el significado de “valle” y con la observación ‘español antiguo’. El Diccionario da Real Academia Galega y el Diccionario portugués-español de Julio Martínez Almoyna recogen el término con el significado de “sitio donde un río entra en el mar o en otro curso de agua”, el gallego, y de “desembocadura, embocadura de un río, confluencia”, el portugués.
Sofrito: “condimento que se añade a un guiso, compuesto por diversos ingredientes fritos en aceite, especialmente cebolla o ajo entre otros”, según el DRAE.
En la foz de San Pedro de la Ramallosa anidan; junto a las ánades, garzas reales y garcetas blancas; los atardeceres más bellos del mundo. Con la marea alta es un mar benigno surcado por alevines de patrón de yate y, en la bajamar, un hilillo de agua en el que sobreviven los muxos de costa y las robalizas grises. Huele a salpicadura de mar o a cieno, crece la hierba de sal y el alhelí marino en sus riberas y los juncos asoman entre las olas como si fuesen islas de verdor hedónico. Salvo los dioses del bosque y de las montañas, aquí están todos: las ninfas de agua dulce con sus senos rosados y la tersura infinita de las inmaculadas, las nereidas coronadas con ramas de coral rojo y perlas, los dioses de las fuentes y los grandes dioses de las tormentas, los señores del cielo con sus escudos bruñidos, con sus perfumados vientos.
Sabemos, podemos averiguar, algo de las palabras y de los lugares privilegiados de la tierra, pero de él no sabemos nada, apenas su nombre y que frisaba los cincuenta como el Quijote. Y que no tenía coche, y que trabajaba en lo que fuera, de camarero, de albañil, de temporero en el campo.
Mucho menos podemos saber qué enfermedad del alma o qué claridad dañina le impelió al suicidio. ¿Amor contrariado, depresión larvada, soledad profunda, percepción de una miseria irresoluble y eterna? Vivía en una casa de esas que gozaron antaño de la tradición noble de la piedra y que hoy sobreviven humilladas por los aditamentos de uralita, de chapa ondulada, de ventanas de aluminio lacado y los recrecidos, como monstruos encaramados a los tejados, de ladrillos si revestir. Vivía con sus padres. Dos ancianos que pasaban toda la mañana fuera de casa. Bien en el centro de día, bien en las huertas estercolando, plantando, recogiendo berzas para las gallinas o para el caldo.
Aquella mañana el río iba crecido. Llevaba días lloviendo torrencialmente. Los sauces y los alisos de las riberas se habían adentrado en el cauce y emergían como náufragos amenazados por la corriente. Aguas turbulentas arrastraban despojos, ramas mutiladas, plásticos blanquecinos de los invernaderos y herrumbres negras, también arrastraron su cuerpo.
Horas antes de desaparecer, esas cosas se saben hoy día por los seguimientos del móvil, él había hecho la comida. La hacía todos los días para sus padres antes de marcharse a trabajar. Cortó menudamente la cebolla, los ajos, el pimiento y los tomates para el sofrito. Un sofrito debe hacerse lentamente para luego darle buen sabor a las patatas y a los trozos de carne. Eso es lo que había hecho él ese día, estofado de carne con patatas.
Dejó la mesa puesta, los platos, los cubiertos, el vaso de agua para la madre y el cuartillo de vino para el padre. Las servilletas de tela sobre el mármol desnudo de la cocina. La olla arrimada al fogón de leña para que no se enfriara.
Tardaron quince días en encontrarlo. Debió de andar todo ese tiempo por el seno del río hartándose de la oscuridad del agua, enredándose en los ramales, visitando las playas de cantos rodados sepultados. A veces flotando en la corriente enfurecida, a veces descansando en los fondos en los que se refugian las truchas. Apareció en la foz de San Pedro de la Ramallosa como un muerto solemne rodeado de sol y de gaviotas. El día era esplendido, de esos en los que la luz diáfana de la mañana engrandece el mundo y los temporales parecen un futuro imposible.
No se encontró ninguna nota al lado de los servilleteros de palo, junto a los trozos de pan y el cuenco de fruta. Que los viejos coman en paz, debió decirse.
Gondomar, 2 de febrero de 2023