El caso de la abeja asesina
Manuel Janeiro
Ni la presión internacional ni las sanciones económicas ni las protestas internas se han mostrado eficaces para frenar el delirio expansionista de Vladímir Putin y su creciente amenaza nuclear, pero un reciente proyecto de la Agencia Europea para la Defensa Activa (AEDA) puede neutralizar al déspota ruso y acabar así, en breve plazo, con la guerra de Ucrania.
El profesor Arthur Hauptmann, director del Departamento de Robótica y Nanotecnología de AEDA, nos explica brevemente el extraordinario proyecto que, a punto de ser aprobado, se encuentra ya en sus últimas fases experimentales.
Se trata, nos dice al doctor Hauptmann, de un dron minúsculo con aspecto de abeja, en concreto, de abeja velutina. La abeja velutina es de tamaño algo mayor que la abeja melífera, lo que nos permite alojar en su interior una nano-batería atómica, semejante al reactor nuclear de los submarinos atómicos, pero infinitamente más pequeña; una nano-cámara inteligente; un nano-equipo de transmisiones de frecuencia indetectable y una partícula explosiva de alto poder destructivo provista de detonador bilógico.
El dron, bautizado como abeja asesina, despegará de alguna base aérea de un país aliado cuyo nombre mantenemos en el anonimato por razones de seguridad. Inmediatamente la abeja asesina se teledirigirá a las inmediaciones del Kremlin y allí aguardará revoloteando como cualquier insecto común.
Los servicios de inteligencia angloamericanos han detectado que el presidente Vladímir Putin, disfrazado de ministro de la Iglesia Ortodoxa, abandona todos los días entre las once y la doce de la mañana las dependencias del Gran Palacio del Kremlin para cruzar la Plaza Roja y dirigirse a tomar café en una conocida cafetería del animado barrio de Kitay-górod. Ese será el momento elegido. La abeja asesina sorprenderá al dictador en plena plaza y, ante la mirada incapaz y atónita de sus guardaespaldas, penetrará velozmente por uno de sus ojos. Vía nervio óptico se alojará en su cerebro en donde explosionará causando la muerte del autarca.
Como pueden ustedes observar, continúa el investigador, el proyecto es muy sencillo. Sin embargo, hemos tenido que superar algunas dificultades que nos mantuvieron durante meses en la incertidumbre. Cabía la posibilidad de que Putin, ágil aún a pesar de sus achaques, de un certero manotazo diera al traste con nuestros planes. Saldría con la mano herida, el fuselaje de la abeja asesina es de titanio, pero indemne. Para superar este escollo tuvimos que aumentar la velocidad de vuelo de la abeja en su tramo final hasta un valor cercano al doble de la barrera del sonido. Pero en ese punto se nos planteó otro grave problema. A esa velocidad la abeja asesina podría atravesar el cráneo del presidente y salir limpiamente por su zona occipital antes de que tuviera tiempo de explosionar. La posterior pericia de los neurocirujanos rusos podría salvarle la vida. La furia de un Putin tuerto y neurológicamente tocado nos pondría al borde del desastre nuclear. La solución la encontramos sustituyendo el detonante mecánico de la partícula explosiva por otro de naturaleza biológica; es decir, y para que ustedes me entiendan, insertando en la membrana del detonador receptores adrenérgicos. Los receptores adrenérgicos son activados por la adrenalina y la noradrenalina. Estos neurotransmisores, que las neuronas de un Putin agredido emitirían profusamente, activarían el detonador y el cráneo de Putin volaría en mil pedazos.
Con esta visión esperanzadora concluye el profesor Arthur Hauptmann sus explicaciones y a nosotros solo nos queda exclamar, como el Don Hilarión de La verbena de la Paloma, ¡que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad!
Gondomar, octubre de 2022