Manuel Janeiro
Yo no sé lo que ven los muertos, Adelita, tengo que engañarme a mí mismo para creer que tú veías, por eso te cuento yo lo que pasó.
Era la mañana de un día soleado, era la hora del perdón y los que estábamos allí te lo pedíamos. Perdona, Adelita. Perdona, Adelita, decíamos.
Son perdones que se piden, lo sabe todo el mundo, por las oportunidades perdidas.
Cada uno de los presentes estaría al corriente de las suyas, de sus oportunidades pérdidas.
A mí me corresponden las mías. Eran muchas, eran infinitas. Al fin y al cabo, soy tu hermano mayor. El miembro de la familia que estuvo más tiempo contigo. Estuvimos mucho tiempo juntos. Estuvimos desde que naciste hasta ese día soleado, caluroso de más, en el que yacías en un tanatorio con aire acondicionado.
El día era soleado, asfixiante, bochornoso. Un día veraniego de los veranos propios de la emergencia climática. Un día peligroso, un día alarmante, un día sin nada a lo que agarrarse. Y yo estaba allí sentado mirándote rodeada de flores. Flores terribles, flores tópicas, arreglos mortuorios estereotipados con mensajes imbéciles. Convenciones que no tienen sentido, leyendas sin significado. En ese momento se me ocurrió, se me ocurrió una forma de pedirte perdón. Una forma íntima, una forma que quedase entre nosotros.
Pero antes tengo que darte una explicación, por si no lo recuerdas.
Se trata de la maldita predilección que tenías por el color rosa. Éramos niños, vivíamos en la casa de Mediodía Grande, que está mal decir casa porque era mucho más que una casa, era un lugar en el tiempo, una brecha en la infelicidad, una tregua que en algún momento creímos prorrogable.
Flotabas en aquel tiempo en un mundo monocolor porque tenías una maldita predilección por lo rosa. ¿Cuál es tú color preferido? El rosa, respondías con los ojos iluminados. Las blusas, los lapiceros, el plumier, los vestidos, el traje de baño, las gafas de bucear, las katiuskas…, todo lo elegías en rosa. Cuando nuestro padre nos compraba un helado los domingos por la mañana lo pedías de fresa. En las pastelerías se te iban los ojos detrás de las bambas de nata y aun así te decidías por el merengue rosa. En fin, estaba bien, eran tus gustos, yo lo aceptaba, hasta que un día dejé de hacerlo.
Fue en uno de aquellos largos veranos de la infancia. De repente me escabullí, te negué, renuncié a ti, rompí nuestra alianza y dejamos de estar juntos.
Lleva a tu herma con tus amigos; y yo que no, que no puedo, que es muy pequeña. Me había enamorado de una niña estúpida a la que le gustaban los chicos mayores y no le gustaba el que suscribe. Le había dicho a la estúpida que me llamaba Manolo. Manolo, no Manolito, que es como en realidad me llamaba. Y ese era el problema, no podía llevarte a la verbena vespertina ni a las chocolatadas de la playa ni a nada porque me delatarías, me llamarías Manolito delante de la estúpida y, además, te chivarías. Te estaba oyendo: Mamá, Manolito se ha enamorado de una niña. Por no hablar de lo que me pasaría a mí cuando le dijeras a mamá que tenía una cajetilla de rubio y que me escondía detrás del malecón del puerto para fumar con la estúpida y con los otros. Y lo harías, lo harías seguro, te faltaría tiempo. Aunque, si tengo que ser sincero, había algo más. Estaba tu insistencia rosa. No podía llevarte con mis nuevos amigos, que alardeaban de adultez, con ese terrible sobrerito Cloche de color rosa.
Le dijiste a nuestra madre que yo te dejaba en casa porque eras fea. En absoluto lo eras, ya preludiabas de niña lo que serías de mayor. De mayor fuiste preciosa, sobrecogías, cortabas el aliento de guapa. El óvalo de la cara perfecto, iluminado por una sonrisa frágil. Los ojos de almendra sugiriendo un secreto de duendes. Cejas custodias y ausencia de pintura salvo en los labios, satinados, lucientes, rosas.
Antes de la explicación te decía que el domingo era agobiante, pegajoso. La empleada de la funeraria tenía manchas de sudor en las axilas. Le dije que quería una corona algo especial. Una corona compuesta solo de rosas rosas. Insistí, exclusivamente rosas de color rosa, sin yerbajos, sin florecillas blancas, y que en la mandorla o cinta o banda o como se llame pusiese Manolito.
Gondomar, julio de 2023.