Clara Caulfield
Si con el rabillo del ojo miro por los ojos de buey del hospital Meixoeiro, algunas tardes la luz me ciega tanto que no me deja ver nada más. Otras, se puede ver cómo se hace de noche encima de la ría y cómo las nubes dejan zonas claras en forma de rayos que parecen una obra divina.
Rosa, naranja, azul oscuro. Desde ahí arriba, en el medio de algún pasillo de la planta cinco, donde las paredes son de un naranja horrible, estoy yo.
Mientras todos duermen y otros se mueren miro con el rabillo del ojo por el ojo de buey, respiro y me pregunto si la conciencia de aquel señor de cincuenta años que metimos en la bolsa fúnebre que le quedaba pequeña estaría encima de nosotras observando lo surrealista, lo tétrico, lo cómico y lo terriblemente humano que resulta no poder meter un cadáver en una bolsa para que lo puedan llevar a la morgue, o si, por el contrario, desapareció sin más.
La cremallera de la bolsa se cerró con su característico ruido. Lo tapamos con la sábana blanca, pulcra, y la colcha con el logo del sistema público de salud del hospital. Tiramos sus cosas. Limpiamos todos los rastros biológicos de su presencia allí. Borramos con goma Milán su nombre del parte del cambio de turno. Llamamos a limpieza para que desinfectase la habitación.
Yo lo había conocido esa misma noche cuando ya había fallecido.
Pese a todo el protocolo, está vivo en mi retina.
Qué texto tan hermoso. Tras su lectura mi estado de ánimo se ha quedado a medio camino entre la desolación y el consuelo. El detalle de la goma Milán borrando el nombre del fallecido me ha explotado como una bomba. La frase «está vivo en mi retina» me ha ayudado a recoger los pedazos. Bravo!
Qué espeluznante puede resultar decir algo con sencillez y como mirando de soslayo, un breve pero intenso texto que da mucho que pensar…