El mundo roto

Arturo Lorenzo

¡Cómo es de azul el cargo sabroso de tus caricias!

¡Cómo se fríe la lluvia de tus lágrimas en el sol impuesto del mediodía!

Así es como me llama tu traidora melancolía hacia las riberas suicidas donde

se agostan los helechos.

Nadie sabe la deplorable suerte que corren los ancianos

cuando se hunde el mar, ni la algarabía del infierno cuando los hijos de la envidia

redimen un ángel caído.

¿Para qué apostar por los perdedores cuando ya nos han vencido

y el mar se agita bajo una sangrienta espuma?

¿Crees, Camila mía, que es propio de una mujer decente poner el culo cara a los astros

y hacer peligrar el destino de sus órbitas?

El sendero de los manzanos conduce a un huerto consanguíneo en el que nada

un tritón hembra,

una criatura vertiginosa e irresponsable a la que el poeta llama amor del camino.

Y en un calvero, más allá del monte móvil de las ovejas,

arde, con inusitada contumacia, el fuego de la industria envejecida

donde los besos de un arqueólogo moderno dejan polvo de azufre

en los labios ajados de la literatura.

No hay en esta tierra rama de un árbol que se parezca a otra,

ni dos almas con el mismo grado de dolor en el infierno,

pero los amantes, que conducen con sabia destreza el vuelo de sus impulsos,

ven en el azogue de sus pasiones la deriva procaz de sus ensueños,

porque cada uno alimenta la tierra con la medida conducta de sus gestos,

pero también con la deriva oculta y culpable de fantasías jamás confesadas.

Llueve sobre Toledo

y llueve sobre el corazón de las vitrinas que apestan a mazapán.

Llueve sobre Toledo

y redoblan por ello las campanas de las catedrales de África

donde pace el ganado sobre el cemento de los estercoleros.

Allí es tan rara la lluvia, Camila, amiga, como en la más lóbrega cueva

del más profundo infierno.

Por eso este amor que te profeso tiene el sabor irreductible del incienso abrasado

y mis plegarias a los dioses nuevos el aroma de las

oraciones vacías.