Virginie Despentes
Ed. Random House
264 páginas.
Traducción de Robert Juan-Cantavella
Vuelve Virginie Despentes al terreno de la ficción y lo hace con una novela epistolar insertada en nuestras coordenadas contemporáneas. El primero de los personajes de este relato es un escritor de éxito que, desde la altura de su fama se permite criticar a una actriz célebre desde su cuenta de Instagram. El otro es la propia actriz, la cual, lejos de amedrentarse, responde con contundencia a los ataques disfrazados de bromas del escritor. A partir de aquí se inicia un diálogo escrito a base de correos electrónicos que, a medida que la conversación avanza, genera sus propios puntos de encuentro. Esto va a permitir a los protagonistas transitar desde el enfrentamiento inicial hasta la comprensión mutua primero, y, tras ello, arribar a los territorios del afecto. Entrecruzándose con su conversación aparecen fragmentos del blog de un tercer personaje —una joven que trabajó con el escritor anteriormente y al que acusará de haberla sometido a un acoso brutal durante meses— que va a introducir elementos nuevos en la relación de los personajes principales. Es la suya la voz airada que encarna el hartazgo de las mujeres ante las conductas abusivas de la mayoría de los hombres que las rodean.
Con semejante material Despentes podría haber construido un panfleto cargado de buenas intenciones con el que ganarse la simpatía inmediata de sus compañeras (y compañeros) de trayecto feminista. Su novela, sin embargo, apuesta por acercarse a la complejidad de una situación que podría enmarcarse dentro de la “cultura de la cancelación” y mostrar los matices —el diablo está en los detalles— de las posiciones implicadas.
El intercambio epistolar funciona porque cada uno de los personajes principales exhibe una voz propia. Sus discursos, compartiendo registro, presentan rasgos de estilo personales muy trabajados que impiden que el conjunto parezca un monólogo astutamente desplegado a dos voces. Despentes dota a sus protagonistas de identidades reconocibles. Las construye pacientemente en diferentes tesituras. Las complejiza a base de introducir contradicciones y razonamientos poco lógicos. Sus personajes son humanos, escriben correos electrónicos que no son ensayos milimetrados con todos los cabos bien atados. En los defectos de sus autores reconocemos las voces de dos personas que, gracias al artificio literario, adquieren densidad y cuerpo a medida que avanzamos en el relato. El trayecto que recorren los va cincelando con exactitud, de manera que, al modo de una escultora del lenguaje, lo que comienza siendo un bloque toscamente perfilado termina dejándonos tres personajes delineados con finura, cuidados en sus detalles, definidos con precisión y profundidad.
Quizás lo más fascinante de cualquier relato sea asistir a la evolución moral de sus personajes. Ir presenciando el efecto que los acontecimientos —y las palabras— tienen sobre ellos. Cómo el exterior afecta a la interioridad, cómo las circunstancias modifican pensamientos y creencias. Recoger semejante trayecto sin caer en el estereotipo ni el retrato maniqueo es complicado, exige una labor entre bambalinas rigurosa, delicada y autoexigente. Lo fácil siempre es dejar irse a los personajes por los carriles monodireccionales de lo esperable, abandonarlos a la suerte de los destinos predecibles. Despentes aplica una lógica implacable a los tres al tiempo que cada uno se va desarrollando a caballo de sus propias contradicciones y revisiones personales.
El conjunto transmite una sensación poco frecuente de redención y consolación. Escribía el novelista noruego Stig Dagerman hace 80 años en La serpiente: “nuestra necesidad de consolación es inconmensurable”. En este libro de Despentes encontramos la posibilidad de tal cosa, —una suerte de consolación aceptable, mediana, no total pero sí suficiente para ir tirando—, permitiendo que, en la selva del todos contra todos crezcan con delicadeza y paciencia las plantas de los afectos, la ternura, el perdón y la redención.
Eloy García