Me entretuve estos días en la relectura de El diario del anciano averiado de Salvador Pániker (Penguin Random Hause), la cuarta entrega de sus diarios, y he vuelto a disfrutar de la sensata lucidez de un catalán cosmopolita que en su neurótica creatividad me reconcilia con el contaminado papel de los «intelectuales».
Mundano y seductor, dotado para el afinado retrato psicológico, está poseído también por una omnipresente inquietud teórica y mística, en el sentido más inevitabley auténtico de esa dimensión humana.
Posee Pániker la doble condición de ingeniero, con una notable formación científica y un eficaz pragmatismo en el análisis comprometido de lo cotidiano, y la de filósofo capaz de trascender lo inmediato, haciendo de la anécdota categoría y embarcándose, exento de pedantería, en los brillantes debates de alguien que conoce muy bien la historia del pensamiento Occidental y que, a la vez, por su origen indio, está familiarizado con la sabiduría de Oriente.
En medio del fragor de la necia polarización que nos acosa resulta estimulante la palabra de alguien que, desde una inmensa cultura literaria, artística, musical…, propone el gozo del análisis, el placer del encuentro social, la moderación en la convivencia política y la reflexión profunda, haciendo incluso compatibles, en la achacosa e intensa edad tardía, sus angustias con la experiencia contenida de una pasión amorosa.
Los diarios de un clásico, cuya inteligente sensatez y larga experiencia, resultan literariamente reconfortantes en tiempos del ensordecedor griterío instalado en las tabernarias redes sociales de incomunicación.
Manuel Rodríguez Álvarez
Tengo que leerlo. La crítica de Manuel Rodríguez es una invitación no eludible.