Paul Auster
Ed. Anagrama, 1987
87 páginas
El país de las últimas cosas de Paul Auster, es uno de esos libros que encuentro casi por accidente y acaban dentro de mí de una manera inexplicable.
Es una novela epistolar ubicada en un país distópico. No parece gran cosa. Es más, todavía parece menos cosa si seccionamos las partes de la novela como los elementos totémicos del viaje del héroe clásico: el protagonista se va en barco hacia un lugar nuevo en el que se encuentra con unos personajes que le ayudan, otros que le ponen trabas, avanza, vive y tiene esa otra realidad —lo que era su vida— para comparar y a la que en principio puede volver antes o después.
Aquí acontece algo así excepto un matiz. La protagonista es una mujer. Una mujer de 20 años. Está buscando a su hermano. Envía la carta —el libro— fuera del país y llega hasta nosotros. Esto que recibimos es como un tesoro. Hay una sensación de urgencia por impregnarte de esa realidad a medida que se avanza en la lectura. Hay una sensación de querer buscar significados ocultos en las frases ya que cuando la protagonista deje de escribir esa realidad se perderá para siempre. Las cartas no son eternas.
La narrativa es tan impactante que hay imágenes en las que me encuentro pensando una y otra vez. Pensando incluso en los escenarios. En los edificios por dentro. En las calles que dejan de existir y ya no puedes nombrar.
La crítica social es abrumadora. ¿Cómo que un país sobrevive a base de sobras cotidianas y el combustible son los cadáveres y las heces de sus habitantes?
¿Cómo que existe un país en el que la manera más fácil de ganar dinero sea buscando en la basura vestigios de una civilización que ya no existe? ¿Cómo hay clínicas donde pagas por tres tipos de eutanasia distintos porque vivir allí es insoportable?
Así es la vida en ese país del que nunca se sabe el nombre. Hay autores como Salinger o el creador de Bojack Horseman, Raphael Bob Waksberg (hablaré de esta serie en otra ocasión), que para poder hablar de lo psicológico sitúan a sus personajes en una holgura económica ciertamente irreal: Holden proviene de una familia adinerada y estudia en uno de los mejores colegios que existen y Bojack Horseman es una ex estrella de televisión cuyo capital es inabarcable.
Auster sitúa a la protagonista en la carencia absoluta para hablar también de lo psicológico y centrar los hallazgos en las pequeñas victorias del día a día y hace especial hincapié en los vínculos personales sin centrarse por completo en el hecho de que casi no hay comida o que puedes quedarte sin vivienda en un segundo como motor dramático.
Emana fuerza este libro. La protagonista es una cría. Pero entonces se sumerge en una realidad distinta y se hace cargo de la situación. Evoluciona. Intenta tener una vida. Intenta estar bien. Se sobrepone y cada persona que conoce va dejando un poso que ella va integrando y que le hacen ser la persona que es.
Decía Alana Portero que «nuestra misión es traspasar eso que recibimos a otras. Aprendí que la genealogía, al ser un amor heredado, solo funciona en cascada» supongo que, por eso, me siento interpelada como lectora y como mujer a compartir esta carta que proviene del país de las últimas cosas, como documento testimonial. El libro premeditado sobre qué ocurre en ese lugar acaba quemado, pero la carta no. Quizás sea también lo último que traspasa la frontera, a no ser que la protagonista consiga salir de ahí. Nunca se podrá saber, porque la narración acaba cuando la novela llega al presente. Después hay un silencio y los lectores deberán romperlo.
Clara Caulfield