La zona de interés

Dirección: Jonathan Glazer

2023

106 minutos

En cines

En su largo anterior de 2013 Jonathan Glazer presentaba a un ángel exterminador de origen alienígena (una Scarlet Johansson que hacía bueno el verso rilkeano de “todo ángel es terrible”) que consumía seres humanos mientras en el proceso se iba humanizando progresivamente (lo cual terminará por ser su perdición). “La zona de interés” siendo un film diametralmente opuesto presenta también un ángel exterminador -el comandante en jefe de Auschwitz entre 1942 y 1943- que acaba siendo fagocitado por el infierno industrial junto al que vive, literalmente pared con pared, con su familia.

“La zona de interés” está emparentada de alguna manera con “El hijo de Saul” (2015), la apuesta de Laszlo Nemes para describir Auschwitz desde dentro a base de planos secuencia centrados en el protagonista en los que lo relevante sucedía todo el tiempo fuera de campo. La película de Glazer focaliza su atención en la casa familiar del responsable del campo de concentración, Rudolf Hoss, empeñado junto a su mujer Hedwig en construir el hogar de sus sueños junto a la maquinaria industrial de exterminio más brutal concebida por el género humano. Comparte con “El hijo de Saul” la utilización del sonido fuera de campo como elemento atmosférico omnipresente capaz de generar un estado de ánimo hipertenso y agobiante. Si en el film de Nemes el horror rodeaba y empapaba los claustrofóbicos primeros planos de su protagonista a través de toda clase de gritos y ruidos, en la película de Glazer constituye el contrapunto desestabilizador a su austera y naturalista puesta en escena. Glazer retrata el idílico paisaje natural que rodea el campo de concentración mediante una sucesión de planos fijos que encapsulan a sus protagonistas sin dejarles escapatoria alguna en una especie de cárcel paradisíaca. La belleza del entorno y el cálido retrato de los interiores hogareños contrastan con las chimeneas de los crematorios funcionando sin descanso, con los gritos que llegan más allá de los muros y con el tableteo de las armas de fuego. El matrimonio Hoss vive la situación con naturalidad, como si el ama de casa que es Hedwig y el burócrata que habla de “cargas” para referirse a los judíos que llegan al campo vivieran una vida de normalidad burguesa. Sin embargo, las radiaciones procedentes del infierno perturban a cada habitante de la casa de forma subrepticia, sembrando en ellos semillas tóxicas en su inconsciente emocional.

Merece la pena destacar, junto a sus cualidades puramente cinematográficas, la reflexión metacinematográfica que alimenta los debates sobre los límites de la representación: ¿es posible hacer una película sobre la maquinaria de exterminio industrial más brutal que haya podido imaginar el género humano? Desde “Shoah”, el documental de nueve horas y media sobre el exterminio judío, obra de Claude Lanzmann centrada en dar la voz a los supervivientes, cada nuevo acercamiento al tema ha supuesto un intercambio de argumentos sobre si se debe hacer ficción con el Holocausto y, caso de hacerla, cuáles son las condiciones para no caer en la inmoralidad. “La zona de interés” emplea recursos visuales y sonoros para mostrar su autoconciencia desgarrada, para exhibir cómo afecta el acercamiento al horror a la representación cinematográfica, y lo hace como si toda la película estuviera infectada, como si un dolor sin límites atravesara todo el metraje.

Dentro de un conjunto que resulta sobresaliente en cada uno de sus apartados fílmicos, desde la fotografía al montaje, pasando por las actuaciones y los diálogos, desde la puesta en escena a los recursos dramáticos y textuales, destaca sobremanera su diseño de sonido, obra de la compositora Mica Levi, un prodigio sobre el que recaen las dos tareas citadas anteriormente: conjurar la atmósfera auschwitziana a cierta distancia -omnipresente pero algo asordinada por una distancia mínima con los acontecimientos exteriores- y dar testimonio del desgarro de la propia película al abismarse al tema que está tratando. En ambas triunfa de forma indiscutible, acercándonos el horror de forma sutil en el primer caso y expresando este sin contemplaciones en el segundo.

“La zona de interés” tiene, además una lectura contemporánea desasosegante: el espectador, a poco que tenga una sensibilidad mínima, puede reconocer algo familiar en la despreocupación de la familia nazi protagonista ante lo que sucede pared con pared al lado de su casa. Puede sentirse concernido por la naturalidad con la que unos seres humanos que llevan a cabo diariamente muchos de los rituales que nos hacen humanos (comer en familia, jugar con los hijos, recibir a las amistades, celebrar pequeñas fiestas, acoger a los familiares) no presten la menor atención al horror industrial que contemplan de forma continuada. No seremos nazis (espero) pero nuestra impasibilidad frente al genocidio palestino, nos sitúa, moralmente, casi al nivel de esta familia alemana de 1942. Todo son risas y preocupaciones más o menos banales mientras ahí al lado se extermina a un pueblo de forma sistemática, planificada y calculada. El lugar no es Auschwitz ni el momento es la segunda Guerra Mundial, pero deberíamos ser capaces de reconocernos, avergonzados, en el espejo que Glazer nos ha puesto delante.

Eloy García

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