Fallen Leaves

Dirección: Aki Kaurismaki

2023

80 min

En cines

Para quien haya seguido la trayectoria del director finlandés Aki Kaurismaki, su película de 1990 “La chica de la fábrica de cerillas” probablemente se encuentre entre las cinco más tristes que haya visto nunca. Esta historia de precariedad, aislamiento y tragedia familiar recoge muchos de los estilemos presentes en la larga trayectoria cinematográfica de su director: los diálogos mínimos (y minimalistas), el gusto por las composiciones de los interiores de las viviendas de las casas proletarias (ubicadas en ese punto extraño mezcla de lo austero y lo anacrónico), el retrato desolador de unas urbes deshumanizadas, el uso de un humor negrísimo que congela la sonrisa en el rostro de sus espectadores, el intercambio juguetón entre música diegética y extradiegética, el homenaje continuo a sus maestros cinematográficos en forma de guiños o de carteles de películas en momentos cruciales de la narración, las estilizadas puestas en escena cuando toca retratar grupos humanos y el uso hipercalculado de los cromatismos en función del tono de las escenas.

“Fallen Leaves”, reconocible desde su primer minuto como un film de Kaurismaki, se revela, a medida que avanza su metraje, como una obra sorprendentemente esperanzadora, casi como el doble luminoso de “La chica de la fábrica de cerillas”. Es como si el paso del tiempo hubiera ido suavizando la amarga visión del director finés con respecto al universo de las relaciones sociales, laborales y afectivas de los habitantes menos afortunados de nuestras sociedades occidentales (Helsinki, Finlandia, como microcosmos representativo). En su evolución, Kaurismaki ha ido abordando temas como la dificultad del amor para sobrevivir en un entorno de precariedad laboral (“Nubes pasajeras”, 1996), la solidaridad interclase para con los emigrantes ilegales (“Le Havre”, 2011 y “El otro lado de la esperanza”, 2017), y, siguiendo sus propias normas de estilo, el feminismo, el amor y la semimarginalidad en esta “Fallen leaves”.

Encontramos en ella todos los rasgos citados anteriormente, destacando, además uno de sus recursos expresivos más significativos: el uso de planos medios de los personajes protagonistas, aguantando la cámara delante de ellos durante largos ratos en los que permanecen en silencio concentrados en sus pensamientos. En las películas de Kaurismaki nunca asoma eso que se conoce como la “psicología del personaje”. Sus protagonistas son lo que hacen, nunca accedemos a su interioridad o a algún tipo de flujo de conciencia expresándose mediante el lenguaje. Básicamente, actúan en dos registros: o están ocupados haciendo algo (trabajando en algún tipo de labor repetitiva y deshumanizante) o están absortos en sus pensamientos, bien en soledad, bien dentro de un grupo de personas que apenas intercambian palabra alguna. El estado de ánimo se advina a través de los colores y de las atmósferas en las que están inmersos, amplificándose y matizándose a través de la singularísima selección músical que impregna sus escenas principales.

“Fallen leaves” traza, una vez más, los contornos de la creciente zona de sombra de nuestro mundo occidental, introduciendo una variante inesperada: hay un asidero para sostenerse, existe una posibilidad de que la existencia sea menos catastrófica: el amor. Y en esta modulación inesperada (ya habíamos asistido a los cantos a la solidaridad y a la importancia troncal de la amistad en sus films) uno reconoce el eco de aquel conocido aforismo del filósofo Alan Badiou: “el amor es la unidad mínima de comunismo”, esa especie de punto de partida inicial que encarna la idea de compartir la materialidad de la existencia desde los afectos más íntimos.

Acaba la película. Queremos tanto a Aki como este a sus personajes. Su dolor, su incertidumbre, sus vicisitudes y preocupaciones nos atañen porque la forma cinematográfica que las encapsula va directa al núcleo incandescente de nuestras emociones. No hay trampas de guión ni chantajes sentimentales para hacernos sentir algo. No hay un diseño previo de lo que debemos experimentar de la mano de la música o de diálogos cargados de frases intencionadamente trascendentes. Aki extiende un tapiz audiovisual que en realidad es una piscina. Al agua, patos.

Eloy García

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